Hace tan solo unos días, una noticia añadió una dosis
elevada de canas en mi cabello.
¿Sorpresa inesperada?. ¡Quizás! ¿Alegrón?. ¡Contenido!
De golpe, y sin darle muchas vueltas, me pregunté: ¿qué
es el futuro?, y dejé que las palabras desbordaran mi escaso razonamiento
empírico* y escribí:
“el futuro es un niño desnudo,
y cuando menos lo esperas
te coloca una rosa en la oreja
y te mea inocente la cabeza”
Después, pasadas unas cuantas jornadas, durante las
cuales el disco duro de mi cerebro se reseteó repetidamente, respiré
profundamente y sonreí sin mirarme al espejo. No quería que la emoción
acumulada en mis ojos empañara mi imagen de abuelo introvertido.
Rápidamente le di paso a la ilusión, a los sueños que se
dan las manos y danzan en torno mío. Dejé que mi mirada marcara un punto en el
horizonte próximo, donde cada atardecer se pone el sol y al entrar la noche, en
el sobre entreabierto de las sábanas blancas, escribí una carta sin destino
para mirar la vida con lentes de color, cerca y lejos…
Luego, buscando en mi baúl de aprendiz de poeta y pensando
en la pareja de “chocolate con leche” y la simiente que han
plantado, me sumergí en el mundo interno de mí ser, para entender que una
semilla por pequeña e insuficiente que nos pueda parecer no está excluida de un
mundo pletórico de posibilidades. Porque
cada semilla sabe cómo llegar a ser árbol… una sabiduría interior las acompaña…
Ahora toca esperar, alimentar con cuidados, mimos y
esperanzas ese germen plantado… planificar a corto plazo cada despertar, sin
olvidar que el amor verdadero existe cuando te mantiene despierto y activo,
porque es mejor que tus sueños.
A la postre, vivir es continuar.
*Que se apoya en la experiencia y observación