lunes, abril 22, 2019

En su pequeñez, cada semilla contiene el espíritu del árbol que será después…



Hace tan solo unos días, una noticia añadió una dosis elevada de canas en mi cabello.
¿Sorpresa inesperada?. ¡Quizás! ¿Alegrón?. ¡Contenido!
De golpe, y sin darle muchas vueltas, me pregunté: ¿qué es el futuro?, y dejé que las palabras desbordaran mi escaso razonamiento empírico* y escribí:

“el futuro es un niño desnudo,
y cuando menos lo esperas
te coloca una rosa en la oreja
y te mea inocente la cabeza”


Después, pasadas unas cuantas jornadas, durante las cuales el disco duro de mi cerebro se reseteó repetidamente, respiré profundamente y sonreí sin mirarme al espejo. No quería que la emoción acumulada en mis ojos empañara mi imagen de abuelo introvertido.
Rápidamente le di paso a la ilusión, a los sueños que se dan las manos y danzan en torno mío. Dejé que mi mirada marcara un punto en el horizonte próximo, donde cada atardecer se pone el sol y al entrar la noche, en el sobre entreabierto de las sábanas blancas, escribí una carta sin destino para mirar la vida con lentes de color, cerca y lejos…
Luego, buscando en mi baúl de aprendiz de poeta  y pensando en la pareja de “chocolate  con leche” y la simiente que han plantado, me sumergí en el mundo interno de mí ser, para entender que una semilla por pequeña e insuficiente que nos pueda parecer no está excluida de un mundo pletórico  de posibilidades. Porque cada semilla sabe cómo llegar a ser árbol… una sabiduría interior las acompaña…

Ahora toca esperar, alimentar con cuidados, mimos y esperanzas ese germen plantado… planificar a corto plazo cada despertar, sin olvidar que el amor verdadero existe cuando te mantiene despierto y activo, porque es mejor que tus sueños.
A la postre, vivir es continuar.

*Que se apoya en la experiencia y observación

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