martes, junio 09, 2009

PESCANDO SENSACIONES

…divagaciones de un urbanita en la cola de la compra
Para una inmensa mayoría de los que estáis leyendo estas líneas el mar es uno de esos escenarios que factiblemente ha decorado algunos actos de vuestra vida. Para otros, lo es todo. Han nacido junto al mar, viven en su orilla, trabajan sobre sus espaldas y quizá un día los engulla y se convierta en su tumba. Pero nos voy a hablar de ese mar, sino del que he descubierto hace algún tiempo mientras espero paciente mi turno para comprar pescado. Este mar es más pequeño, diríamos que es un mar interior, hasta un trozo de mar encajonado entre cuatro paredes, sobre un mostrador de acero inoxidable que contiene un mar de hielo, y sobre sus olas blancas dormita el esfuerzo de los pescadores: dorada, rape, merluza, emperador, sardina, gallo, pulpo, gambas, nécoras, langosta… podría seguir enumerando tipos de pescado o crustáceos, pero no puedo ofreceros su olor, que impregna en breves minutos mi pituitaria.
Situado en la orilla, junto a otros urbanitas que como yo desean adquirir los frutos que cada mañana me ofrece nuestro particular mar, preparo la caña, suelto sedal, y sin falta de cebo me pongo a pescar sensaciones. La cantinela de los comentarios sobre el tiempo, las opiniones encendidas sobre política o el último cuchicheo vecinal, se convierten en el rumor de las olas al romper junto a la orilla, y el secreto a la oreja del contertuliano es como una brisa matinal que te golpea las mejillas como queriéndote despertar. Paciente, mientras contemplo la destreza cirujana de los pescateros diseccionando esta o aquella otra pieza, el sedal se tensa, señal de que alguna sensación ha picado el anzuelo. Dejo que se enganche bien y cuando creo que ya no hay forma de que se escape, recojo lentamente el sedal y me guardo mi captura. No siempre tengo suerte. Hay mañanas que no consigo nada, sólo me queda el consuelo de lo que he comprado. Pero os puedo asegurar que cuando pesco algo, me emociono. No resulta fácil, pues a veces las sensaciones disfrazadas de una sobreactuación humana, son escurridizas y al final se sumergen en el silencio de cada uno, en su particular mundo de soledad. Pero cuando consigo capturar alguna pieza, siento un leve cosquilleo en el estómago, me cuesta tragar saliva, y de golpe el puzzle de mi vida ya está más completo. A veces capturo sensaciones dolorosas que casi siempre van unidas a la perdida de algún ser querido, o largas y penosas enfermedades… Otras van en consonancia con la estación del año y dejan olor a campo, a salitre de playa o salpican la imaginación de estampas vacacionales, aquí y allá, en un polo o en el trópico, sin olvidar las escapadas blancas de un fin de semana invernal. Pero siempre, más que con lo anecdótico del comentario, me quedo con la imagen del rostro de la persona, su necesidad de ser escuchada, de presumir de su rol de vida, de sentirse ombligo del momento o actor, actriz, por un día… o tan solo la necesidad de llamar la atención por un instante para sentirse viva, porque en el bullicioso mar de lo cotidiano a veces navegamos sin rumbo fijo, sin instrumental que nos marque una ruta y sin importarnos la posibilidad de naufragar ante el más leve escollo. Hay sensaciones de todas las edades, de diversos colores y adornadas de distintos complementos según la capa social, y dependiendo de quien percibe esa sensación, adquirirá un escalafón u otro de su barómetro emocional.

Hay rostros que son como un interrogante constante. Mientras sus labios narran su peculiar aventura, su contrariedad por un hecho o su lamentación por algo que considera injusto, su mirada no deja de escrutar tu rostro esperando esa replica que le permita seguir manando palabra tras palabra, pues en el momento que no pueda seguir balbuceando su existencia, se vera obligado a sumergirse en su soledad multitudinaria. Porque quizá no existe soledad más vacía y fría, que aquella que se vive envuelto entre vidas que se nos antojan sonámbulas.
Otros rostros, en cambio, son una verdadera alegoría a la vida. Mientras de su boca borbotean las palabras como un canto a la primavera, sus manos no cesan de crear figuras de viento y su mirada invita a zambullirse en ella como quien se tira contra la ola que rompe en la playa.
Hay rostros cansados, viejos, pero no por el paso del tiempo, sino como secuela de una vida maltratada. En cambio, recuerdo un rostro añejo de mujer, adornado por un pelo canoso, unos labios agrietados de tanto amar y unos ojos verdes repletos de esperanza, que invitaba a soñar…

…desde la orilla de este mar particular sigo pescando sensaciones…
a veces un golpe de mar abraza pasiones que al romper junto a la orilla dibuja corazones…
otras, cuerpos desnudos cansados de amar, escriben un nombre… Marina… ¿un nombre dulce de origen salado?

...¿ya me toca?
Quiero una bruixa a filetes…

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