sábado, diciembre 15, 2018

¡Esto es un atraco! ¡Manos arriba!

Buscando en el baúl de mis recuerdos he desempolvado un pequeño artículo que escribí para la revista Boscomania en Diciembre 2003, y que todavía tiene validez para mí en el día de hoy. .

¡Me han robado  la Navidad!

Cuando llegan estas fechas y una locura colectiva parece apoderarse de la gente, la nostalgia y el recuerdo, vuelven cada mañana a sonreírme en el espejo. No es un cuento de Navidad, tampoco es la resaca después de una cena de compañeros de trabajo para acallar las discrepancias del año o sencillamente romper con la rutina diaria. Es como una bofetada que me obliga a recluirme en mis navidades de niño, arropado por la tibieza de imágenes repletas de una ternura, que la distancia, las prisas de un mundo que se mueve a impulsos frenéticos y murmullos de móviles que no cesan de alterarnos el pulso, se empeñan en borrar de las páginas de mi historia. ¡Y no quiero!. No puedo permitir que el exceso de luz me prive de contemplar esa estrella que guía mi camino por este mundo repleto de obstáculos, donde miles de escaparates repletos de falsa felicidad envuelta en celofán no cesan de reclamar mi atención, esforzándose para que me zambulla en este sin sentido del consumismo programado. Si mis canas no son mas que el reflejo externo del paso del tiempo, los sueños son las lágrimas nocturnas en las que se ahogan mis recuerdos, y por ello cada mañana me despierto nuevamente huérfano de ilusiones, buscando en el espejo el niño que aun me sonríe desde las Navidades que quiero.
Me han robado mi infancia, la poesía sobre la silla, el aguinaldo de los abuelos, el villancico de siempre con música ronca de zambomba, las colas por darle la carta al paje del Rey que se sentaba en el Sepu, el carbón que dejaban en el balcón, los caramelos de la cabalgata, los paseos con mi padre por la Gran Vía pidiéndole al rey Baltasar, en silencio, todos aquellos juguetes que jamás me dejaron, la cantinela de la máquina de coser de mi madre esforzándose por hacerme una cazadora de paño de retales de su diario esfuerzo, el jolgorio nocturno de mi barrio, la ropa colgada, las vergüenzas al aire, los pesebres del señor Pedro, el vecino del tercero, las partidas de futbolín con la sisa de la compra, la recogida de botellas de champán, hoy cava, para venderlas y levantar un piso más en el colegio... ¡He perdido tantas cosas!... Pero me queda el niño del espejo y el que llevo dentro, y estos no me los quitará ni Dios, me los llevaré conmigo por el camino de estrellas hasta aquel lugar perdido en el espacio y hecho de silencios que se llama destino.
Allí jugaremos al tres en raya, al escondite, al corre que te pillo... allí seré al final el niño que siempre he querido y nadie podrá robarme las Navidades, ni los sueños, y cantaremos el corro la patata con los que siempre he querido.
La cisterna del vecino ha asustado al niño del espejo. Levanto la persiana y un pájaro plateado peina la ciudad. A lo lejos el sol se despereza entre sábanas de algodón, mientras la cafetera resopla sus últimos sueños y una mirada perruna vigila mis movimientos.

Me han robado la Navidad, pero no a los que quiero.

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