lunes, diciembre 19, 2011

...el último partido...

…todos, tarde o temprano, jugamos nuestro último partido. El más definitivo, aquel que de antemano, aun sabiendo el resultado final, intentamos, hasta el último instante, darle la vuelta al marcador aunque sea desde el banquillo (cuerpo técnico: médicos y tratamientos paliativos) o la grada (ánimos: familia y amigos) en un intento de marcarle un último gol a la vida.
Pero no es este el partido que me quita el sueño, quizá porque la vida ya me ha dado un aviso y de golpe los horizontes lejanos pierden expectativa y los planes de futuro más distantes están a la vuelta de la esquina. Nos pasamos la vida jugando cada día el último partido sin ser conscientes de ello, y en función de nuestra edad miramos con cierto desdén o indiferencia el transcurrir del tiempo.Mi último partido empieza cada amanecer con el silbato del despertador y mi primera jugada es poner en marcha la cafetera. La rutina de encuentros anteriores me permite dar los primeros toques sin pensar demasiado y pese al murmullo de la grada (tele o radio) los primeros minutos del match sirven para tantear el terreno (por la ventana compruebo como pájaros plateados pululan por el cielo y los edificios me dan los buenos días con subida de persianas, dejando escapar madrugadores sueños. Luego, despejada la resaca nocturna bajo la lluvia de la ducha pongo en solfa mi ruta matinal para el acarreo de alimentos).

Los primeros minutos del encuentro se hacen llevaderos. El adversario todavía no ha merodeado por mi campo, lo que me otorga una superioridad momentánea. En los primeros cuerpo a cuerpo (¿qui és l’últim?) llevo una cierta ventaja, pues el conocimiento del terreno y una predisposición al contragolpe me permiten pillar al contrario, todavía adormilado (les àvies todavía están comentando la jugada de la anterior jornada, ¡bendito pasado!, mientras el olor a mar choca contra el mostrador).
Salvada la línea medular, me permito un intento de penetración por banda, pero lo limitado del campo y la zaga adversaria me impiden llegar hasta la línea de fondo (a pesar de otro grave, ¿qui és l’últim?, al que el contrario hace oídos sordos. Aquí el olor es a pan recién horneado).
Pero no hay dos sin tres y al tercer intento ¡zas!, me cuelo mientras los contrincantes no se ponen de acuerdo (revuelo de gente, olor a ungüentos caseros, hierbas, inciensos… en el Árbol de Vida hay remedios para todo).
El encuentro sigue, el marcador se mantiene inalterable y solo los comentaristas ponen un toque de emoción al devenir del partido (lectura libre de periódicos… el quiosquero está hasta los cataplines de tanto lector compulsivo. Me llevo la información al vestuario). Durante el parón obligatorio del descanso aprovecho para realizar un liviano avituallamiento y darle al cuerpo un poco más de energía para afrontar el resto del match.

El segundo tiempo lo juego en casa, ello me permite dominar el rectángulo y librarme una y otra vez del contrario (yo y la escoba procuramos mantener limpias las líneas de demarcación). No preciso compañeros de equipo, yo solo me basto para proseguir el encuentro hasta el pitido final. Eso sí, no pierdo ojo al reloj para optimizar el tiempo con el resultado (cada parcela del campo, comedor, salón, pasillo, lavadora… requieren una entrega y esfuerzo diferente en función del número de adversarios que pululan por ella). Los minutos que restan hasta el pitido final (hora del ágape) los juego con cierta parsimonia, recreándome en cada jugada, esperando el aplauso o abucheo de la grada (el gran dictat).
El resto de la jornada sirve para mirar el mundo que me rodea, despacio, sin prisas, contemplando desde el espacio que ocupo (sillón: mesa de masajes para recuperar el tono muscular) como la gente describe órbitas alrededor de mi cuerpo. Solo espero la llegada de la noche, temprana en esta época del año, para darle un vistazo a la jornada y esperar que el próximo despertar me permita jugar un nuevo partido, quizá el último… pero la competición es larga y espero que al final el resultado haya valido la pena.

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